miércoles, 22 de octubre de 2014

Big girls don't cry






Stop.

Rebobina. 

¿Nunca has querido volver a ese momento? Si, ese momento, sabes exactamente de qué momento te hablo. Para ti puede ser un encuentro, una sonrisa, un beso, un abrazo o incluso un sonoro puñetazo.
Para mí fue una despedida.

El momento de decirle adiós a una persona, adiós para siempre. El momento en el que tienes que decir todo lo que sientes, lo que has sentido y lo que es muy posible que sientas al día siguiente... si es un adiós, ¿por qué hay que callarse algo?. 
Las despedidas duelen; dicen que cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. Que si se va de tu vida es porque no te merece y que para aliviar el alma siempre es bueno decir adiós.

No: las despedidas duelen y mucho. Sobretodo cuando no dices todo lo que quieres decirle, cuando cambiarías una frase o una simple palabra ya dicha, cuando sabes que es inevitable porque no quiere estar ahí. Decir adiós duele.

Rebobino. Tantas cosas calladas. Silencios incómodos. Pero el adiós quedó y no hay día en que no quiera regresar a ese adiós. No para evitar la despedida, el destino está escrito... sino para ver a la otra persona de nuevo. 
Y repetirlo de nuevo, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Despedirme todos los días de mi vida.

Quizás, de esta manera, me ahorraría las lágrimas de no volver a verlo, si cada día me vuelvo a despedir, si cada día vuelve para volver a decirle adiós.

Stop. 

Y así, conseguir parar el tiempo en ese momento. Total, ¿qué mas da sufrir un poco más si el adiós es inevitable?






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